Autor: Arturo von Vacano
Ahora que critico la dictablanda de Evo antes de que se muestre como tal, las gentes que me leen (apenas 200 lectores muy apreciados) me critican a veces porque critico a Evo. Esas personas creen que, porque fui evista durante años tengo el deber de serlo a ultranza y para siempre. Creo que esa es una posición errada, infantil e imposible.
Es imposible porque, si ni con mi esposa puedo estar de acuerdo siempre, menos voy a estarlo con un Presidente al que vi un par de veces o, ya que estamos, con cualquier otro ser humano. Es infantil porque me llega generalmente como furiosa protesta contra mi supuesta “traición” o como tonta suposición de que mis críticas me alinean con la oposición política: “ahora que por fin se ha dado cuenta usted de que Evo es el malo de la película…. Etc.etc.”
Es errada porque contribuye a la polarización política que continúa dañando al actual proceso de modernización. Pocos bolivianos tienen una idea cabal del retraso y del subdesarrollo tanto económico como cultural que vive el país: puede decirse sin gran exageración que vivimos en el Siglo XIX en muchos aspectos y que muy pocos lo entendemos así; hay quienes llegan al extremo de preferir esta situación y algunos hasta desean retornar a la Colonia. Tales tendencias no pueden atribuirse más que a intereses personales absurdos o a una ignorancia apenas concebible.
La polarización, lejos de empujar a los ciudadanos conscientes a alejarse de nuestra vida política cotidiana o a tratar de ignorarla cerrando ojos y oídos, debería forzarnos mas bien a (a) intervenir de día en día en política, y (b) aprender un modo nuevo de hacer política.
(Aquí cabe, tal vez, una cita tomada de un autor que aprecio por el libro ‘The Time of the Generals’ de Frederick M. Nunn, que anota el diálogo siguiente:
“Nunca te metas en política porque no es cosa de gente decente”.
“Pero si dejas la política a gente indecente les entregas todo el país”.)
En teoría al menos, o como expresión de un ideal, todos deberíamos trabajar para evitar el control que logran siempre algunos pillos sobre la vida de la nación. Para parafrasear a otro autor cuyo nombre no recuerdo, basta que los “buenos” no hagan nada para que los “malos” se apoderen de la nave del Estado y la conviertan en un burdel o algo peor.
Una costumbre heredada de la Republica es la de ignorar la vida política del país hasta que los abusos y los crímenes del momento empujaban a expresiones populares masivas que concluían casi siempre en un feroz salvajismo. Esto es, los bolivianos aguantaban los actos de dictadores, asesinos y canallas hasta que les llegaban a la coronilla y trataban de “solucionar” años de bandidaje político con una jornada o dos de “gloriosa violencia” como sin tal barbaridad fuera posible.
Hoy, en que la presencia de las mayorías populares será no sólo posible sino evidente cada día, es necesario más que nunca antes que aprendamos a participar en la vida política del país y que esa participación sea una constante de nuestra experiencia.
Esta necesidad de participación se hace más necesaria todavía para quienes se creen o se dicen o son “opositores”: si nuestra actividad se limita a repetir chistes de cocina, difundir mentiras y exageraciones e insultar y difamar a aquellos cuya cara no nos gusta, no sólo no estamos participando en política sino que atentamos contra nuestra propia dignidad, demostramos el lamentable grado de ignorancia y atraso que sufrimos como personas e infligimos un feroz daño a aquello que existe y es una realidad aunque hay quienes la nieguen y que entendemos mal que bien como “la familia boliviana” sin la que no puede haber una patria boliviana.
Esto es, el proceso de cambio actual demanda una madurez política nueva que permita el diálogo. En otras palabras, nuestra madurez política debe alcanzar el momento en que rechacemos el racismo como lo que es, una enfermedad social, y tendamos a apreciar o despreciar a cada individuo no por el color de su piel sino por los valores que respeta.
De donde sale la idea natural de que todos podemos y debemos aprender a criticar hoy a nuestros gobernantes si “meten la pata” y a aplaudirlos mañana (demostrando que ya no somos niños) si es que vemos que están haciendo algo bien. La bárbara idea de que nuestros opositores políticos son bestias inhumanas, trogloditas insufribles o enfermos mentales sólo porque no piensan como pensamos nosotros es un signo de nuestro propio retraso y nuestra evidente ignorancia. Sólo los entes civilizado son capaces de diálogo, algo muchos más importante que las cacofonías absurdas que signan nuestra vida política actual.
Nadie que posea cierta educación y una conciencia bien puesta puede negar que nuestra política es hoy como antes un océano de absurdos, idioteces y exageraciones que se expresan, se repiten y nos insultan cuando aparecen en la prensa y los medios de comunicación. Habrá quienes crean esos extremos de buena fe, pero el cambio que es necesario hoy demanda que, antes de que los repitan, tales fanáticos dediquen algún momento del día a tratar de informarse mejor, a educarse y a averiguar si pueden cambiar de opinión tras esos saludables ejercicios. Sabido es que sólo los tontos viven y mueren sin cambiar jamás de opinión, como es cosa común que sólo los ignorantes y los idiotas pueden hacerse fanáticos de causa alguna.
La gente olvida a menudo que todos hacemos política cada día aunque ignoremos que la estamos haciendo. Ello se debe a que una aceptable definición de “política” sería “los actos, las palabras y las actitudes con que todos tratamos a los demás”. Así, toda persona conduce su política preferida al tratar con sus hermanos, otra cuando trata con su suegra y una tercera cuando trata con sus enemigos. Lo que nadie puede evitar es ese trato diario frente a tirios y troyanos. Política es, también, la actitud de los jóvenes de clase media cuya postura consiste hoy en tratar de cegarse ante la actual coyuntura y refugiarse en una falsa “cultura” dedicada a estudiar la música y el cine extranjeros, si europeos, mejor. Es política pero no es “hacer política”. Hacer política es intervenir y actuar de modo responsable en la vida de la sociedad a la que pertenecemos.
Una de nuestras necesidades urgentes es la “bolivianizacion” de nuestras universidades. Sabido es que la educación superior no es un derecho en la mayoría de los países desarrollados sino un privilegio muy caro. En un país en que el contraste entre las leyes de papel y la realidad es a menudo feroz, la educación superior es gratuita y la disculpa es la pobreza general. Somos todos tan pobres que el estado debe regalarnos nuestra educación. Hoy se toma el acceso a la educación especializada como un derecho. Pero los derechos deben compensarse con los deberes. ¿Qué impide a los universitarios el organizarse en “comandos de limpieza” y tomar la responsabilidad de mantener sus universidades limpias como un silbido? Todo universitario debería pagar su derecho a su educación gratuita dedicando varias horas semanales a limpiar y cuidar el local de sus estudios, entre otros deberes. La “política” de nuestros universitarios es la de dejar que las universidades se conviertan en chiqueros, negarse a su deber común frente a la sociedad y estudiar, si estudian, viviendo como chanchos. Hacer política sería aceptar su responsabilidad como mínima y cumplir ese deber (y los demás que son evidentes) sin disculpas ni argumentos.
Sucede algo parecido con cada ciudadano. La violencia, el delito y los crímenes de todo tipo son plagas que nos atormentan a todos. Sólo existen unos cuantos ejemplos en los que los ciudadanos forman comités de vigilancia y deciden adoptar una posición personal contra esas plagas. La disculpa que otros tienen para no hacer nada más que quejarse es que pagan impuestos para pagar esos servicios, como si no fuera cosa sabida que todos intentamos no pagar ni un centavo de impuestos. Esa “política” es la gran cómplice de los delincuentes que hacen tanto daño a nuestro país.
En otras palabras, “hacer política” es organizarse de modo que intervengamos de modo personal en la vida de nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestra provincia y nuestro país. Cada ciudadano debe aceptar su culpa y su responsabilidad personal ante todos los problemas que aquejan a nuestra sociedad. Esa actitud es lo que llamaríamos “madurez política”.
Madurez que, es lógico, debe acabar con esos medios de comunicación que son “gobierno” o “oposición” a ultranza, no cambian jamás de posición y no vacilan en usar mentiras y difamaciones para “adelantar” sus puntos de vista. Madurez que debe permitir y alentar un diálogo cotidiano hecho de críticas y aplausos tanto para “gobierno” como para la “oposición”.
Madurez, en fin, para contribuir y construir mejor la sociedad de que somos parte, que nos permite o nos impide educarnos y ganarnos el pan de cada día con honradez, y que hasta nos enseñaría en que consiste eso de “vivir bien”.
Si bien la República terminó sus días practicando el cruel adagio de que “el hombre es lobo del hombre”, esta nueva etapa debería ser vista como una oportunidad de crear una sociedad que busque la hermandad entre los hombres y elimine los prejuicios racistas que tanto dolor nos han causado y nos siguen lastimando.
La creación de todo estado es una utopía, como lo es la de cualquier ciudad; sólo haciendo política, practicando responsablemente nuestros deberes y nuestros derechos ciudadanos, podremos conquistar una oportunidad de legar un país mejor a nuestros descendientes.