El trabajo del Papa Francisco tendrá que ser descomunal tomando en cuenta que el Hipercapitalismo ha penetrado y sigue penetrando en la mente de cada habitante del orbe. La forma de vida instaurada por el sistema configura una serie de espejismos que engañan y manipulan a las personas. Sin embargo, "la oscuridad sabe que cuando una vela se prende, otra se prende, otra se prende y, asi sucesivamentte, entonces, su existencia está condenada a la disolución". Así, se imaginara usted si cada católico, desarrolla su capacidad de toma de conciencia personal y social, o sea, llega a ser una "vela prendida", entonces, el Papa podrá cumplir con su propósito. Por esto, vale la pena que conozca que piensan tres obispos de la iglesia católica:
Carta a los Obispos
Dom José Maria Pires, Dom Tomás Balduino e Dom Pedro Casaldá
15 de agosto de 2013.
Fiesta de la Asunción de Nuestra Señora.
Queridos hermanos en el episcopado
Somos tres obispos eméritos que, de acuerdo con las enseñanzas del Concilio
Vaticano II, a pesar de no ser más pastores de una Iglesia local, participamos
siempre del Colegio episcopal, y junto con el Papa, nos sentimos responsables
de la comunión universal de la Iglesia Católica.
Nos alegró mucho la elección del Papa
Francisco en el pastoreo de la Iglesia, por sus mensajes de renovación y
conversión, con sus contantes llamados a una mayor simplicidad evangélica y
mayor celo de amor pastoral por toda la Iglesia. Nos tocó también su reciente
visita al Brasil, particularmente sus palabras a los jóvenes y a los obispos.
Hasta nos trajo a la memoria el histórico Pacto de las Catacumbas.
¿Nos damos cuenta nosotros, los obispos, de
lo que, teológicamente, significa ese nuevo horizonte eclesial? En Brasil, en
una entrevista, el Papa recordó la famosa máxima medieval: "Ecclesia semper
renovanda”.
Por pensar en esa nuestra responsabilidad
como obispos de la Iglesia Católica, nos permitimos este gesto de confianza de
escribirles estas reflexiones, con un pedido fraterno para que desarrollemos un
mayor diálogo al respecto.
1. La Teología del Vaticano II sobre el
ministerio episcopal
El Decreto Christus Dominus dedica el 2º
capítulo a la relación entre obispo e Iglesia Particular. Se presenta cada
Diócesis como "porción del Pueblo de Dios” (no es más sólo un territorio) y
afirma que, "en cada Iglesia local está y opera verdaderamente la Iglesia de
Cristo, una, santa, católica y apostólica” (CD 11), pues toda Iglesia local no
es sólo un pedazo de Iglesia o filial del Vaticano, sino que es verdaderamente
Iglesia de Cristo, y así la designa el Nuevo Testamento (LG 22). "Cada Iglesia
local es congregada por el Espíritu Santo, por medio del Evangelio, tiene su
consistencia propia en el servicio de la caridad, esto es, en la misión de
transformar al mundo y testimoniar el Reino de Dios. Esa misión se expresa en
la Eucaristía y en los sacramentos. Esto se vive en la comunión con su pastor,
el obispo”.
Esa teología sitúa al obispo no por encima o
fuera de su Iglesia, sino como cristiano inserto en el rebaño y con un
ministerio de servicio a sus hermanos. A partir de esa inserción, cada obispo,
local o emérito, así como los auxiliares y los que trabajan en funciones
pastorales sin diócesis, todos, en cuanto portadores del don recibido de Dios
en la ordenación, son miembros del Colegio Episcopal y responsables de la
catolicidad de la Iglesia.
2. La sinodalidad necesaria en el siglo XXI
La organización del papado como estructura
monárquica centralizada fue instituida a partir del pontificado de Gregorio
VII, en 1078. Durante el 1º milenio del Cristianismo, el primado del obispo de
Roma estaba organizado de forma más colegial y la Iglesia toda era más sinodal.
El Concilio Vaticano II orientó a la Iglesia
hacia la comprensión del episcopado como un ministerio colegial. Esa innovación
encontró, durante el Concilio, la oposición de una minoría disconforme. El
asunto, en verdad, no fue suficientemente asumido. Además, el Código de Derecho
Canónico de 1983 y los documentos emanados del Vaticano, a partir de entonces,
no priorizaron la colegialidad, sino que restringieron su comprensión y crearon
barreras a su ejercicio.
Eso favoreció la centralización y el
creciente poder de la Curia romana, en detrimento de las Conferencias
nacionales y continentales y del propio Sínodo de los obispos, de carácter sólo
consultivo y no deliberativo, siendo que tales organismos detentan, junto con
el Obispo de Roma, el supremo y pleno poder en relación a la Iglesia entera.
Ahora, el Papa Francisco parece desear
restituir a las estructuras de la Iglesia Católica y a cada una de nuestras
diócesis una organización más sinodal y de comunión colegiada. En esa
orientación, constituyó una comisión de cardenales de todos los continentes
para estudiar una posible reforma de la Curia Romana. Sin embargo, para dar
pasos concretos y eficientes en ese camino –lo que ya está sucediendo– él
necesita de nuestra participación activa y conciente. Debemos hacer eso como
forma de comprender la propia función de obispos, no como meros consejeros y
auxiliares del Papa, que lo ayudan a medida que él pide o desea, sino como
pastores, encargados con el Papa de velar por la comunión universal y el
cuidado de todas las Iglesias.
3. El cincuentenario del Concílio
En este momento histórico, que coincide
también con el cincuentenario del Concilio Vaticano II, la primera contribución
que podemos dar a la Iglesia es asumir nuestra misión de pastores que ejercen
el sacerdocio del Nuevo Testamento, no como sacerdotes de la antigua ley, sino
como profetas. Esto nos obliga a colaborar efectivamente con el obispo de Roma,
expresando con más libertad y autonomía nuestra opinión sobre los asuntos que
piden una revisión pastoral y teológica. Si los obispos de todo el mundo
ejerciesen con más libertad y responsabilidad fraternas el deber del diálogo y
diesen su opinión más libremente sobre varios asuntos, ciertamente, se
quebrarían ciertos tabúes, y la Iglesia podría retomar el diálogo con la
humanidad, que el Papa Juan XXIII inició y el Papa Francisco está señalando.
La ocasión, pues, es la de asumir el Concilio
Vaticano II actualizado, superar de una vez por todas la tentación de
Cristiandad, vivir dentro de una Iglesia plural y pobre, de opción por los
pobres, una eclesiología de participación, de liberación, de diaconía, de
profecía, de martirio… Una Iglesia explícitamente ecuménica, de fe y política,
de integración de Nuestra América, reivindicando los plenos derechos de la
mujer, superando al respecto las cerrazones provenientes de una eclesiología
equivocada.
Concluido el Concilio, algunos obispos –
muchos del Brasil – celebraron el Pacto de las Catacumbas de Santa Domitila.
Aproximadamente 500 obispos los siguieron en ese compromiso de radical y
profunda conversión personal. Fue así como se inauguró la recepción valiente y
profética del Concilio.
Hoy en día, muchas personas, en diversas
partes del mundo, están pensando en un nuevo Pacto de las Catacumbas. Por eso,
deseando contribuir a la reflexión eclesial de ustedes, enviamos anexo el texto
original del Primer Pacto.
El clericalismo denunciado por el Papa
Francisco está secuestrando la centralidad del Pueblo de Dios en la comprensión
de una Iglesia cuyos miembros, por el bautismo, son elevados a la dignidad de
"sacerdotes, profetas y reyes”. El mismo clericalismo viene excluyendo el
protagonismo eclesial de los laicos y laicas, haciendo que el sacramento del
orden se sobreponga al sacramento del bautismo y a la radical igualdad en
Cristo de todos los bautizados y bautizadas.
Además, en un contexto de mundo en el cual la
mayoría de los católicos está en los países del Sur (América Latina y África),
se torna importante dar a la Iglesia otros rostros además del usual, expresado
en la cultura occidental. En nuestros países, es preciso tener la libertad de
des-occidentalizar el lenguaje de la fe y de la liturgia latina, no para crear
una Iglesia diferente, sino para enriquecer la catolicidad eclesial.
Finalmente, está en juego nuestro diálogo con
el mundo. Está en cuestión cuál es la imagen de Dios que damos al mundo y de la
cual damos testimonio por nuestro modo de ser, por el lenguaje de nuestras
celebraciones y por la forma que toma nuestra pastoral. Ese ponto es el que más
nos debe preocupar y exigir nuestra atención. En la Biblia, para el Pueblo de
Israel, "volver al primer amor”, significaba retomar la mística y la
espiritualidad del Éxodo.
Para nuestras Iglesias de América Latina,
"volver al primer amor” es retomar la mística del Reino de Dios en la caminada
junto a los pobres y al servicio de su liberación. En nuestras diócesis, las
pastorales sociales no pueden ser meros apéndices de la organización eclesial o
expresiones menores de nuestro cuidado pastoral. Al contrario, es lo que nos
constituye como Iglesia, asamblea reunida por el Espíritu para dar testimonio
de que el Reino está viniendo y que de hecho oramos y deseamos: ¡venga tu
Reino!
Esta hora es, sin duda, sobre todo para
nosotros, los obispos, con urgencia, la hora de la acción. El Papa Francisco,
al dirigirse a los jóvenes en la Jornada Mundial y al darles apoyo en sus
movilizaciones, así se expresó: "Quiero que la Iglesia salga a la calle”. Eso
es un eco de la entusiasta palabra del apóstol Pablo a los Romanos: "Es hora de
despertar, es hora de vestir las armas de la luz” (13,11). Sea esa nuestra
mística y nuestro más profundo amor.
Abrazos, con fraterna amistad.
Dom José Maria Pires, Arcebispo Emérito da Paraíba.
Dom Tomás Balduino, Bispo Emérito de Goiás.
Dom Pedro Casaldáliga, Bispo Emérito de São Félix do
Araguaia.
Fuente: http://site.adital.com.br/site/noticia.php?lang=ES&cod=77261
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MANIFIESTO DE LAS CATACUMBAS
"NOSOTROS, OBISPOS, reunidos en el Concilio
Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según
el Evangelio; invitados los unos por los otros en una iniciativa en la que cada
uno de nosotros ha evitado el sobresalir o la presunción; unidos a todos
nuestros hermanos en el episcopado; contando, sobre todo, con la gracia y la
fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los
sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y
con la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los
sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de
nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que
Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo que sigue:
1. Procuraremos vivir según el modo ordinario
de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a
todo lo que de ahí se desprende. [Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20.]
2. Renunciamos para siempre a la riqueza, ya
sea real o aparente, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores
llamativos) y en símbolos de metales preciosos a favor de otros signos más
evangélicos. [Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6.]
3. No poseeremos bienes muebles ni inmuebles,
ni tendremos cuentas en el banco a nombre propio. Si fuese necesario poseer
algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o
caritativas. [Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.]
4. En cuanto sea posible confiaremos la
gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos
competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos
administradores y más pastores y apóstoles. [Mt 10, 8; Hech 6, 1-7.]
5. Renunciaremos a que nos llamen con nombres
y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor), ya
sea verbalmente o por escrito. [Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15.]
6. En nuestro comportamiento y relaciones
sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios,
primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo en
banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). [Lc 13, 12-14; 1 Cor
9, 14-19.]
7. Igualmente evitaremos propiciar o adular
la vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por
cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus
dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la
acción social. [Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12, 4.]
8. Daremos todo lo que sea necesario de
nuestro tiempo, reflexión, corazón o medios al servicio apostólico y pastoral
de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente más
desfavorecidos. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que
el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida
y el trabajo. [Lc 4, 18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4,
12 y 9, 1-27.]
9. Procuraremos transformar las obras de
beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia. [Mt 25,
31-46; Lc 13, 12-14 y 33s.]
10. Trabajaremos para que los responsables
políticos pongan en marcha leyes, estructuras e instituciones sociales que son
necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de
todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden
social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. [Cfr. Hech 2, 44s;
4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.]
11. Dado que la función de los obispos
encuentra su más plena realización evangélica en el servicio a las personas en
situación de miseria física, cultural o moral, nos comprometemos a:
Participar, según nuestras posibilidades, en
los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
Pedir de modo unánime a los organismos
internacionales el fomento de estructuras económicas y culturales que no
fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que
las mayorías pobres salgan de su miseria.
12. Nos comprometemos a compartir nuestra
vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes,
religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero
servicio.
De este modo:
Nos esforzaremos para "revisar nuestra vida”
con ellos;
Buscaremos colaboradores para poder ser más
animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
Procuraremos hacernos lo más humanamente
posible presentes, ser acogedores;
Nos mostraremos abiertos a todos, sea cual
fuere su religión. [Mc 8, 34s; Hech 6, 1-7; 1 Tim 3,
8-10.]
13. Cuando regresemos a nuestras diócesis
daremos a conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos
ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles al Evangelio
de Jesús.
(Catacumba
de Santa Domitila, Roma, 16 de noviembre de 1965)
[Fuente:
Red Mundial de Comuniades Eclesiales].