Pablo Eduardo Slavin[1]
“…Sólo una crisis –real o percibida-
da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que
se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa
ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas políticas
existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente
imposible se vuelve políticamente inevitable”.
Milton Friedman (1962) Capitalismo
y Libertad.
Introducción:
En un libro titulado “Calamidades”[2],
el profesor argentino Ernesto Garzón Valdés diferencia la “calamidad”, término por el que entiende la “…desgracia, desastre o miseria que resulta de acciones humanas
intencionales…”, de las “catástrofes”,
que se refieren a “…la desgracia, el
desastre o la miseria provocados por causas naturales que escapan al control
humano…”.
La pregunta que nos conduce en las
presentes reflexiones es si, con el grado de desarrollo actualmente alcanzado
por las fuerzas productivas (lo que nos permite hablar del capitalismo en su fase imperialista), las calamidades no constituyen un elemento funcional, y a veces hasta imprescindible para el mantenimiento del
sistema.
Uno de los grandes problemas que
enfrenta el modelo capitalista es la necesidad de encontrar espacios en los
cuales invertir el excedente de capital. La sobreacumulación,
la falta de inversiones rentables es una constante. El imperialismo,
entonces, se transforma en una necesidad.
Pero si bien entendemos que la
estructura económico-social es la condicionante principal que encuentra un
Estado a la hora de optar por un rumbo político frente a otro; estamos también
convencidos que existen márgenes, con un cierto grado de amplitud, dentro de
los cuales moverse.
¿Cómo explicar las enormes
diferencias que encontramos entre países como Suecia, Noruega y Nueva Zelanda,
con los Estados Unidos o Italia, por citar un simple ejemplo? ¿No son acaso
todos ellos países desarrollados y
del denominado primer mundo?
Muy disímiles serán entonces las
consecuencias que se deriven sobre la sociedad y la vigencia de los derechos
humanos, conforme los gobiernos apliquen políticas de corte socialdemócrata,
neoconservadora, etc.
La constitución del Estado de Bienestar fue una respuesta de
los Estados capitalistas para tratar de apaciguar las crisis periódicas del
sistema. Eso, sumado a la enorme destrucción de fuerzas productivas que
generaron las guerras y que obligó a realizar millonarias inversiones en infraestructura y en la reconstrucción en general, permitió
vivir una etapa de esplendor y crecimiento (1948/1973) nunca vista en los tres
siglos de historia del capitalismo.
Sin embargo, las crisis de sobreacumulación volvieron a
presentarse, y fue allí cuando las recetas de los economistas de la escuela de Chicago (Friedman, Hayek) encontraron
la oportunidad que estaban esperando para entrar en escena.
La acumulación por desposesión (David Harvey) y la doctrina del shock (Naomi Klein) son algunas
de las expresiones que mejor describen a este capitalismo depredador de las últimas tres décadas.
Así, David Harvey[3]
sostiene la tesis que la acumulación a través de las guerras, el fraude, la
depredación y la violencia, a las que aludía Marx como propias de la etapa de
la acumulación primitiva u originaria, siguen presentes en la
práctica diaria. Es por ello que estas formas, según Harvey, deben ser
reexaminadas a la luz de una nueva calificación.
Las privatizaciones en todas sus variantes (energía, transportes,
telecomunicaciones, educación, ciencias, etc.), la mercantilización de
expresiones culturales y deportivas, de los derechos de propiedad intelectual,
la devaluación de activos de capital y fuerzas de trabajo, son todas formas
diferentes de desposesión. La
política económica promocionada por el neoliberalismo dominante desde la década
del setenta del siglo XX, ha sido la encargada de santificar estas prácticas. Aunque sin olvidar que, en todos los
casos, el presupuesto necesario para ello fue la existencia de un excedente de capital.
“Lo que posibilita la acumulación por desposesión –explica Harvey- es la
liberación de un conjunto de activos (incluida la fuerza de trabajo) a un coste
muy bajo (y en algunos casos nulo). El capital sobreacumulado puede apoderarse
de tales activos y llevarlos inmediatamente a un uso rentable. La acumulación
primitiva, tal como la describió Marx, suponía apoderarse de la tierra, por
ejemplo, cercándola, y expulsar a sus habitantes para crear un proletariado sin
tierra, introduciendo esta última posteriormente en el circuito privado de la
acumulación de capital. Durante los últimos años, la privatización (por
ejemplo, en Gran Bretaña, de viviendas sociales, telecomunicaciones, los
transportes, el agua, etc.) ha abierto igualmente vastas áreas en las que
pueden introducirse el capital sobreacumulado. El colapso de la Unión Soviética y la apertura
de China supusieron una cesión masiva de activos, hasta entonces no
disponibles, al circuito de la acumulación de capital.”[4]
También las enormes devaluaciones y crisis provocadas en el tercer mundo por el
sistema financiero internacional, permiten cumplir con estos objetivos.
En la misma línea que Harvey, Naomi
Klein considera que la clave para entender la política llevada adelante por el
neoliberalismo (aunque llamarlo neoconservadurismo
nos parece más apropiado) en los últimos años, se encuentra en la aplicación de
la doctrina del shock, la que no sería
otra cosa que el aprovechamiento integral de las grandes crisis para hacer tabla rasa con las conquistas sociales del
pasado e implantar las políticas económicas más afines con los intereses de los
sectores dominantes.
Su tesis es que “…el modelo
económico de Friedman puede imponerse parcialmente en democracia, pero para
llevar a cabo su verdadera visión necesita condiciones políticas autoritarias.
La doctrina económica del shock necesita,
para aplicarse sin ningún tipo de restricción –como en el Chile de los años
setenta, China a finales de los ochenta, Rusia en los noventa y Estados Unidos
tras el 11 de septiembre-, algún tipo de trauma colectivo adicional, que
suspenda temporal o permanentemente las reglas de juego democrático. Esta
cruzada ideológica nació al calor de los regímenes dictatoriales de América del
Sur, y en los nuevos territorios que ha conquistado recientemente, como Rusia y
China, coexiste con comodidad, y hasta con provecho, con un liderazgo de puño
de hierro.”[5]
Mientras históricamente las guerras y
los desastres fueron útiles para abrir mercados, dando lugar a un período de
crecimiento posterior, a partir de la década de 1970 la política de privatizaciones ha permitido que estos
acontecimientos sean un mercado en sí
mismos.
No dudamos que la invasión de Estados
Unidos a Irak constituye una calamidad;
pero las devastaciones causadas por el huracán Katrina del 2005, ¿pueden ser consideradas
como catástrofes o son en gran medida
calamidades?
Como expondremos, consideramos que las
calamidades resultan ya no sólo funcionales, sino por sobre todo necesarias para la supervivencia del
sistema capitalista.
La guerra en Irak:
Entre los variados y falsos
argumentos vertidos por la administración Bush para intentar justificar la
injustificable invasión a Irak (la existencia de armas de destrucción masiva,
las conexiones del régimen de Saddam con Al Qaeda, etc.) el que finalmente
mantuvieron en pie fue aquel que afirmaba que con la caída de Saddam se
lograría instalar una democracia en
Irak que serviría de faro para toda
la región.
¿Es esto serio? Y de serlo; ¿Es
suficiente para iniciar una guerra?
Varias son las razones que nos llevan
a sostener una respuesta negativa sobre ambos interrogantes.
No creemos que la democracia sea un modelo de vida
susceptible de ser impuesto por la fuerza, y menos aún por una guerra de invasión, como es el caso. La
guerra, con sus secuelas de muerte y destrucción, lejos está de ser la vía
adecuada para enseñar a un pueblo las bondades de una forma de vida por ellos
desconocida.
La experiencia de lo sucedido en
estos últimos años así lo demuestra. Estados Unidos se encuentra empantanado en
Irak, país que se ha convertido en un campo
de entrenamiento y reclutamiento para el terrorismo internacional. El fantasma de Vietnam se mantiene
presente.
Y si es difícil imaginar la
instalación de un régimen democrático en Irak, que decir de la prometida exportación del modelo al resto de la
región. Siria e Irán continúan manteniendo serios vínculos con el terrorismo. Afganistán
está lejos de ser una democracia; y la
Franja de Gaza continúa siendo una zona
de guerra.
Ya en trabajos anteriores hemos
expuesto nuestra posición contraria al accionar de los Estados Unidos en Irak,
razón por la cual no nos extenderemos al respecto.[6]
A continuación simplemente
plantearemos algunas de las que, creemos, son las verdaderas razones que
condujeron a la invasión. Porque si bien es cierto que el tema del dominio del
sector energético (el petróleo) jugó
un papel muy importante a la hora de tomar la decisión de invadir, no es ese el
único negocio que posibilitó, y
dudamos seriamente que haya sido el decisivo.
Grandes empresas norteamericanas ligadas
a sectores de la seguridad, la
provisión de material bélico, la reconstrucción, etc. obtuvieron contratos
directos del gobierno norteamericano por varios miles de millones de dólares.
Halliburton (de la cual el vicepresidente de USA Dick Chenney fue su Presidente
hasta el momento de asumir como compañero de fórmula de Bush) y Bechtel Group
fueron las más beneficiadas.
Pero
tal vez uno de los comentarios más agudos fue el efectuado por la periodista y
ensayista canadiense Naomi Klein en una nota periodística del año 2003.
En un
artículo titulado Irak: las leyes de los
ocupantes[7],
destacaba que “...Hasta ahora los debates
de los activistas se han concentrado en si debe exigirse una retirada total de
las tropas, o si Estados Unidos debe entregar el poder a las Naciones Unidas.
Pero el debate para ‘sacar a las
tropas’ descuida un factor importante. Si son sacados todos los soldados
norteamericanos de Irak y un gobierno soberano asume el poder, esa nación
seguirá bajo la ocupación extranjera. Se
han redactado leyes a favor de otro país. Corporaciones extranjeras
controlan sus servicios esenciales. Y hay un 70% de desempleo causado por
despidos en el sector público.
Cualquier movimiento serio para la
autodeterminación de Irak debe exigir no
sólo el fin de la ocupación militar, sino también el cese de su colonización
económica. Esto significa revertir la ‘terapia shock’ que el jefe civil de
las fuerzas ocupantes, Paul Bremer, ha hecho pasar de manera fraudulenta por
tareas de ‘reconstrucción’, y cancelar
los contratos privados surgidos de esas reformas. (...)
El 19 de septiembre, Bremer puso en
vigencia la Orden
39 que autorizó la privatización de 200
empresas estatales. Se decretó además que las empresas extranjeras podían
retener un 100% de la propiedad de bancos, minas y fábricas. Y se permitió a
esas firmas sacar de Irak un 100% de sus ganancias. La revista The Economist dijo que las nuevas
normas eran ‘el sueño de todo capitalista’.”
Nada de esto ha sido modificado aún.
Las empresas extranjeras en Irak continúan
manteniendo el pleno manejo de la economía de aquel país. La invasión permitió
abrir un nuevo mercado para toda una serie de empresas ligadas al poder
político americano, las que encontraron en Irak una nueva fuente para aumentar
sus ganancias.
Después de lo expresado, ¿alguien
puede dudar que Estados Unidos sea responsable directo de la calamidad que hoy tiene sumergido al
pueblo iraquí?
El reciente anuncio del Presidente
norteamericano Barack Obama, confirmando el retiro de las tropas americanas de
Irak para Agosto de 2009, abre una auspiciosa perspectiva de cambio.
El Tsunami y Katrina: Destrucción y Negocios
El tsunami que en diciembre de 2004
azotó las costas de Sri Lanka, causó más de 250.000 muertos y dejó a dos
millones y medio de personas sin hogar.
Nadie pone en duda que nos
encontramos frente a un fenómeno de la naturaleza que, como tal, constituye una
catástrofe. Sin embargo, es
importante analizar aquí la respuesta brindada por los Estados capitalistas
desarrollados a la hora de colaborar en
la reconstrucción.
Naomi Klein encuentra en ello las
mismas maniobras que en Irak:
“Los inversores extranjeros y los donantes internacionales se habían
coordinado para aprovechar la atmósfera de pánico, y habían conseguido que les
entregaran toda la costa tropical. Los promotores urbanísticos estaban
construyendo grandes centros turísticos a toda velocidad, impidiendo a miles de
pescadores autóctonos que reconstruyeran sus pueblos, antaño situados frente al
mar.”
Con el beneplácito del gobierno
federal de Sri Lanka y el auspicio del Banco Mundial, la ayuda humanitaria
enviada desde el exterior para la reconstrucción, fue empleada para crear
centros turísticos ‘cinco estrellas’,
manejados por empresarios privados.
Cuando a comienzos de septiembre de
2005 el huracán Katrina golpeó la ciudad de Nueva Orleáns el mundo entero quedó
sorprendido.
¿Cómo era posible que la mayor
potencia mundial no estuviera en condiciones de responder ante un fenómeno de
la naturaleza que, además, había sido reiteradamente anunciado y pronosticado por
todos los especialistas?
Desde el momento que la cadena de
noticias CNN dejó de lado su habitual complacencia hacia el gobierno de Bush y
comenzó a mostrar las imágenes del desastre[8],
todos creyeron estar viendo una película
vieja.
¿Eran filmaciones de Nueva Orleáns o
del tsunami ocurrido pocos meses
antes?
Cadáveres flotando por doquier;
saqueos; 2,7 millones de personas sin electricidad; 235.000 evacuados; un gobierno federal
paralizado que tardó demasiado en reaccionar, y cuando lo hizo, lo hizo mal. Es
así como miles de personas permanecieron varios días abandonadas a su suerte,
en el estadio Superdome de Nueva Orleans, sin contar con las más elementales
condiciones sanitarias.
A través de la Agencia de Gestión de Emergencias, la Casa Blanca anunció
que prohibiría a las empresas de noticias filmar la recuperación de cadáveres. Bajo la excusa de preservar la dignidad de los muertos y la memoria de los deudos, lo
que el gobierno quería realmente evitar era que la población tomara conciencia
de la magnitud del desastre (¿o de la
calamidad?). Por suerte, una rápida
orden judicial lo impidió.
El premio Nóbel de economía, Joseph
Stiglitz, recuerda que “…el mundo había
sido advertido de antemano del calentamiento global. El resto de los países han
empezado a tomar precauciones, pero Bush, que hizo caso omiso de las advertencias sobre los planes de Al
Qaeda antes del 11 de septiembre de 2001, y que no sólo hizo caso omiso sobre
los diques de Nueva Orleáns sino que de hecho vació los fondos para
apuntalarlos, no ha llevado a Estados Unidos a hacer lo mismo.”[9]
Las similitudes con el 11S causan
estupor e indignación.
¿Deberíamos estar sorprendidos?
Reflexionemos un instante.
Las fotografías que mostraban
soldados norteamericanos cometiendo actos aberrantes en la cárcel de Abu
Grahib, o la publicación por el diario norteamericano The Washington Post de la existencia de
centros de detención y tortura en países del este de Europa, como Polonia y
Rumania, a los que agentes de la
CIA conducen detenidos de la guerra contra el terrorismo, motivó la inmediata reacción de la Casa Blanca.
Lamentablemente, dicha reacción estuvo lejos de lo esperado.
Lo que más preocupó al gobierno de
Bush, no fueron las torturas en sí, sino
que fueran descubiertas y adquirieran dominio público.
La investigación, entonces, estuvo
centrada en descubrir cómo se produjo la filtración
de información, y no en desenmascarar a los principales responsables de
tales conductas.
¿Es necesario explicar las razones?
Volvamos al caso Katrina.
El accionar del gobierno republicano
mantuvo su coherencia en todo momento.
“Cuando, poco después de
tomar posesión de su cargo como presidente, alguien le preguntó a George Bush
qué haría acerca del calentamiento global, su respuesta fue: . A la pregunta de si el presidente pediría a los
conductores que redujeran drásticamente su consumo de carburante, el secretario
de prensa de la Casa Blanca, Ari Fleischer, respondió: .”[10]
Jamás se preocupó por las advertencias
acerca de las consecuencias peligrosas del efecto
invernadero y del calentamiento
global, y continuó con su política de
daño ambiental. Es más, intervino para maquillar
y suavizar los informes de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA),
censurando aquellos párrafos que señalaban que las emisiones de fábricas y
automotores influían de manera directa
en el calentamiento global. En igual
sentido, se negó reiteradamente a firmar su adhesión al Protocolo de Kyoto, que obliga a la reducción de los gases
invernadero.
¿Puede alguien negar la
responsabilidad gubernamental en lo ocurrido?
El huracán Katrina fue un hecho de la
naturaleza. La devastación y muerte que produjo, claramente no lo son.
Pero si las tareas de prevención mantuvieron la lógica perversa de los negocios, qué
decir con relación a la respuesta brindada frente a los hechos consumados. Los
sectores más pobres, en su mayoría gente de color, fueron literalmente abandonados. Muchos no pudieron siquiera
salir de sus casas, y la ayuda sanitaria y alimenticia llegó en forma tardía e
insuficiente.
Con justa razón Joseph Stiglitz llamó
al Katrina el ‘tsunami negro’.
Miles de muertos; pérdidas calculadas
en más de 150.000 millones de dólares; más de 400.000 personas quedaron sin sus
empleos; y un déficit fiscal previsto para el año 2005 de 333.000 millones de
dólares.
Afortunadamente (¿?) el Congreso aprobó
una ayuda de emergencia de más de 60.000 millones de dólares.
¿Pero cómo se utilizaron los fondos?
Siguiendo la política empleada para
la reconstrucción en Irak, y que tantas críticas mereciera, el gobierno de
Bush, siempre a través del sistema de contratación
directa, otorgó multimillonarios contratos a empresas ligadas al poder
(Halliburton, entre otras).
Como bien señala Naomi Klein[11],
el economista conservador Milton Friedman, gran gurú del capitalismo neoliberal aún imperante, ayudó al Presidente
en Bush a la hora de armar la hoja de
ruta de la reconstrucción. La
enorme destrucción fue vista y tomada como una
oportunidad para emprender reformas
radicales.
El sistema educativo fue uno de los botines de guerra sobre los que avanzó la administración central.
“En brutal contraste con el ritmo glacial al que se repararon los
diques y la red eléctrica de Nueva Orleáns, la subasta del sistema educativo de
la ciudad se realizó con precisión y velocidad dignas de un operativo militar.
En menos de diecinueve meses, con la mayoría de los ciudadanos pobres aún
exiliados de sus hogares, las escuelas públicas de Nueva Orleáns fueron
sustituidas casi en su totalidad por una red de escuelas chárter[12]
de gestión privada. Antes del huracán Katrina, la junta estatal se ocupaba de
123 escuelas públicas; después, sólo quedaban 4. Antes de la tormenta, Nueva
Orleáns contaba con 7 escuelas chárter, y después, 31. Los maestros de la
ciudad solían enorgullecerse de pertenecer a un sindicato fuerte. Tras el
desastre, los contratos de los trabajadores quedaron hechos pedazos, y los
4.700 miembros del Sindicato fueron despedidos.”[13]
Para que el negocio fuese más completo Bush suspendió la Ley
Davis-Bacon sobre construcciones del Estado, y autorizó a
dichas empresas a pagar un salario
(para lo que se emplean fondos federales) inferior al promedio de la región.
Con la altísima tasa de desempleo existente, ¿algún trabajador se negaría a
aceptarlo?
La central obrera AFL-CIO efectuó una
denuncia pública del hecho. El gobierno central guardó silencio.
A modo de conclusión:
El premio Nóbel de economía, Amartya
Sen, refiriéndose a las hambrunas que devastaron Irlanda en la década de 1840, se
pregunta:
“¿A qué se debió, pues, esta calamidad?
En Man y Superman de George Bernard Shaw, mister Malone, rico norteamericano irlandés,
se niega a calificar las hambrunas irlandesas de la década de 1840 de
. Le dice a su nuera británica, Violet, que su padre . Cuando Violet le pregunta < ¿La hambruna?>,
Malone responde .”
Luego de efectuar una breve crítica a
los errores existentes en el relato de Bernard Shaw con respecto a la
configuración o no de una ‘hambruna’ y al uso del término ‘inanición’, Amartya Sen
concluye en que “…la cuestión fundamental
es la contribución de la agencia humana a provocar y mantener las hambrunas.
(…) El dedo acusador no puede sino apuntar a los poderes públicos que previenen
o no las hambrunas y a los factores políticos, sociales y culturales que
determinan las medidas que éstos toman. Las cuestiones que hay que examinar son
tanto los actos de omisión como los
de comisión.”[14]
¿Podemos aceptar que las
consecuencias del huracán Katrina constituyan una catástrofe?
Conforme las razones expresadas, es
indudable que gobiernos como el de Bush devienen culpables por omisión y comisión.
Sin embargo, nuestra crítica no puede
ni debe limitarse a la administración Bush. Ésta es, sin dudas, uno de los más
descarnados ejemplos de apoyo irrestricto a un capitalismo depredador que no
tiene ya vergüenza en mostrarse tal cual es. Pero de igual modo, esta lejos de
constituir un caso aislado.
Los Estados nacionales se ven
obligados, cada vez más, a desplegar medidas que ayuden a las empresas (de
capitales nacionales e internacionales) a mantener su tasa de ganancia. Como los intereses de la clase capitalista no son
unívocos, sino que, por el contrario, se encuentran en una lucha permanente
entre sí por adueñarse de una porción mayor del mercado, a los Estados les
resulta materialmente imposible dar satisfacción simultánea a todos los
sectores del capital. Es por ello que las distintas ramas de la producción
buscan constantemente influir sobre el Estado para poder asegurar su cuota de
beneficio.
Si bien es cierto que, aún en los
primeros tiempos del capitalismo, cuando imperaba un supuesto liberalismo económico y político, el
Estado Nación aplicaba medidas proteccionistas o dictaba las leyes que fueran
necesarias para beneficiar a la clase dueña de los medios de producción, lo
hacía con una culpa que hoy ha
desaparecido.
El Estado se ha vuelto un socio imprescindible de las empresas
capitalistas. Tanto es así que el Tesoro de los Estados Unidos no ha tenido dudas
en lanzar lo que se denominó el mayor
plan de rescate de la historia del país, e invertir 200.000 millones de
dólares en el salvataje de dos empresas (Fannie Mae y Freddie Mac) implicadas
en la crisis de las hipotecas subprime y
la explosión de la burbuja inmobiliaria.
La explicación de la Casa Blanca
fue simple: hay que evitar una debacle financiera.
Cuando esta ayuda se mostró
insuficiente para frenar el desastre financiero, Estados Unidos aprobó una por
700.000 millones de dólares; y luego otra más... Y las ayudas continúan hasta el presente, sin visualizarse un final para
la crisis.
¿No era más lógico, más justo,
brindar esa ayuda a los millones de familias que no pueden pagar sus préstamos
hipotecarios y corren el riesgo de perder en remate sus viviendas? Los intentos
del Presidente Obama en este sentido encuentran una enorme resistencia entre
los legisladores republicanos.
El régimen capitalista no es justo. Y su lógica no coincide con la nuestra.
Hoy, que Katrina ya dejó en evidencia
la nula capacidad de reacción de un gobierno que, como el norteamericano,
estuvo desde el 11S preparándose para responder ante situaciones de crisis
agudas; que la guerra en Afganistán e Irak siguen siendo un caos sin una salida
a la vista; que el terrorismo se ha transformado en una amenaza global; y que la crisis económica parece ser más profunda
aún que la de 1930, nos hacemos una pregunta:
¿Hay alguna esperanza?
Amartya Sen encuentra una conexión causal entre la democracia y la
ausencia de hambrunas. “Los derechos
políticos y humanos también desempeñan un papel positivo en la prevención de
los desastres económicos y sociales en general.”[15]
Sostiene que las consecuencias de
dichos desastres son sufridas, en
general, por los sectores más pobres de la sociedad, pero no por los
gobernantes capitalistas, quienes, ante la falta de una oposición seria y de
una prensa libre, no tienen que responder por su ineptitud o desidia en
prevenirlos.
¿Qué ha sucedido en Estados Unidos?
Desde el 11S, la amenaza de un
inminente ataque terrorista y la
insistencia de que el país estaba inmerso en una guerra, le permitió a Bush y su gente tener a la oposición sometida
y a la prensa a sus pies. Quien no estaba con el gobierno, estaba con el
terrorismo. No quedaba espacio alguno para la crítica o el disentimiento.
Afortunadamente, creemos que algo está
cambiando.
En estos últimos años se observó una
prensa mucho más crítica, que se atrevió a denunciar la política de tortura que
el gobierno de Bush venía cometiendo en su lucha contra el terrorismo, o su
tremenda responsabilidad en calamidades
como la de Nueva Orleáns.
La sombra del macarthismo parece ir desapareciendo, aunque por ahora, el
sol que la va corriendo sea muy tenue.
Pero si la prensa libre es un pilar, creemos
que la única medida efectiva dentro de la actual estructura económico-social
capitalista pasa por el reestablecimiento de un Estado Social de Derecho.
Mientras quienes dirijan los destinos
de los Estados Unidos, a la sazón la potencia mundial militarmente hegemónica,
actúen como simples personeros de empresas multinacionales, muy difícil será
que la discusión sobre el establecimiento de una sociedad más justa sea un tema que, seriamente,
pase a integrar la agenda política
mundial.
“Por vez primera, se da ahora, y se da de un modo efectivo, la
posibilidad de asegurar a todos los miembros de la sociedad, por medio de un
sistema de producción social, una existencia que, además de satisfacer
plenamente y cada día con mayor holgura sus necesidades materiales, les
garantice el libre y completo desarrollo y ejercicio de sus capacidades físicas
y espirituales.”[16]
Federico Engels escribía estas
palabras en 1877. ¿Cómo es posible que la sociedad, con el impresionante
desarrollo tecnológico habido desde entonces, no haya podido elaborar una
respuesta acorde?
En el monopolio de los medios de
producción en manos de una clase está gran parte de la respuesta.
Es claro que no podemos esperar que
la solución surja de las propias
empresas. La búsqueda incesante por aumentar o al menos mantener la tasa de ganancia, no va de la mano con
ello.
Estamos convencidos que flagelos como
el hambre, la pobreza, la desocupación, muchas enfermedades y hasta el
terrorismo global, pueden ser erradicados. Comprenderlos como calamidades y no como catástrofes es un primer paso para
lidiar efectivamente con ellos.
Hacerles comprender, a los
principales beneficiarios del modo de producción capitalista, que para poder
disfrutar de su riqueza deben estar dispuestos a ceder parte de ella, es el que
sigue.
Rosa Luxemburgo acuñó
la expresión Socialismo o Barbarie.
Ella creía firmemente en la validez de la teoría
del derrumbe, que siguiendo la interpretación materialista histórica de
Marx consideraba que la estructura económico social capitalista llevaba dentro de sí el germen de su propia
destrucción. En otras palabras, que el sistema capitalista, al igual que
sucediera con el esclavismo y el feudalismo, desaparecerá para dar paso a una
nueva formación económico-social.
Pero este análisis no
implicaba desconocer que quienes están encargados de desarrollar las fuerzas
productivas, y con ello, provocar el derrumbe
económico del sistema, son los hombres. Que quienes hacen la historia son
los hombres. Y que por ello, no se puede caer en el fatalismo de creer que el socialismo
lloverá del cielo.
Creemos firmemente
que una sociedad más justa es posible.
Cien años después
volvemos a encontrarnos frente al mismo dilema de Rosa Luxemburgo: Socialismo o barbarie.
La actual crisis económico-financiera mundial abre
una impensable posibilidad para transformar las reglas actuales en beneficio de
los sectores más desfavorecidos de la sociedad.
¿Habrá llegado el momento?
Mantengamos viva la
ilusión.
[1] Profesor Titular Ordinario Exclusivo de Derecho Político, Profesor
Adjunto Ordinario de Derecho del Trabajo, Facultad de Derecho, UNMDP; Director
del Departamento de Ciencias Políticas y Sociales; Director del Centro de
Investigación y Docencia en Derechos Humanos, Facultad de Derecho (UNMDP);
Magister en Ciencia y Filosofía Política (UNMDP); Director del Grupo de
Investigación Pensamiento Crítico.
[3] Ver Harvey, David. El Nuevo
Imperialismo, Akal Editores, 2003.
[4] Harvey, David. Ob.cit. pág. 119.
[5] Klein, Naomi. La Doctrina del Shock, Barcelona, Paidós, 2007.
[6] Para un más
amplio tratamiento del tema nos remitimos a nuestro libro La invasión a Irak – La nueva pax americana, Argentina, 2004.
[8] Para lo
cual debió presentar un recurso judicial fundándose en la Primera Enmienda,
ya que el Gobierno Federal había prohibido que se documentara la recuperación
de cadáveres.
[9][9] Stiglitz, Joseph - Ver artículo
publicado en el diario El País, de España, domingo 18/09/05, titulado El ‘Tsunami negro’.
[10] Singer, Peter. El presidente
del Bien y del Mal. Las contradicciones éticas de George W. Bush,
Barcelona, 2004, pág. 185/6.
[11] Klein, Naomi. La Doctrina del Shock, Barcelona, Paidós, 2007, p.
207.
[12] Se trata de escuelas creadas por el Estado, pero que pasan a ser
administradas y gestionadas por instituciones privadas, bajo sus propias
reglas.
[13] Klein, Naomi. Ob.cit., pág. 26.
[16] Engels,
Federico. “Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico”, en Marx-Engels. Obras Escogidas, T II,
Moscú, ed. Progreso, 1955, p. 148.
Ref. Bibliográfica:
Slavin Pablo E. Sobre el "capitalismo" y las "calamidades". doc