Por: Fernando
Buen Abad Dominguez
Fuente: Alainet*
Ha sido
muy prolífica la lógica del mercado cuando se trata de convertir en mercancía,
y moneda de curso legal, la sexualidad humana. A fin de restarle amor a la
sexualidad humana con todas sus “magias”, sus “secretos” y sus “misterios”, la
barbarie ideológica echó su iluminismo oscurantista sobre la moral positivista
y redujo a mercancía los vínculos más íntimos de la construcción de comunidad:
la naturaleza humana en comunicación. Enseñó a los pueblos a quitarse los
calzones para convertirlos en cadenas. De manera rentable.
Natura
pasó a ser Cultura, con ayuda del mercantilismo desaforado, que todo lo reduce
a compra-venta. El coito, por ejemplo, fue convertido en negocio y requisito
para saciar intereses de tipo diverso, especialmente el de esa forma de
explotación humana que consiste en especular con las necesidades (o las
obsesiones) de alguna víctima, no importa el género. Tengo lo que te gusta y,
si lo quieres, pagarás “el precio”. A veces en efectivo y en una sola cuota… a
veces con matrimonio y “compromiso social”. Existen industrias enteras
especializadas en estos negocios. Y entonces reina “la ley de la oferta
y la demanda” entre genitales.
Es esa la
clave semántica del morbo que administran los publicistas para barnizar con
sexualidad de mercado toda persona, animal o cosa vendible. No importa si son
detergentes, apósitos, café, bebidas gaseosas o juguetes para niñas y/o niños.
No importa la “franja etaria”, la moral del mercantilismo impregna la totalidad
de los seres que teniendo “cualidades” deseadas por otros, aprenden a ejercer un
poder de venta que, según se lo administre, alcanza para llegar a los últimos
días de la vida con los gastos cubiertos. Matemáticamente calculado. Los casos
son millones.
No es un
problema de ser “buenos” o ser “malos”, la ideología del sector dominante, en
toda sociedad capitalista, es responsable de multiplicarse en las cabezas de
los sectores subalternos, si quiere sobrevivir como un sistema de normas
exitoso. Usa para eso todas las instituciones con que cuenta para el control de
las panzas, de los corazones, de los estados del ánimo y de las cabezas. En
todo caso, la “maldad” es sistémica por naturaleza o por definición (sin
maniqueísmos) porque es consustancial al capitalismo, se inocula de base y se
despliega a lo ancho, a lo largo y a lo profundo de las sociedades y de las
vidas de quienes, incluso sin percatarse, juegan el juego del mercado hasta en
las cosas más íntimas. Y lo exhiben como si fuese un logro moral.
No se
trata de “coqueteos”, de “selección natural” de los gustos o de darwinismo estético.
Se trata de esa parte del empirismo erógeno, pragmatismo comercial inducido,
que aprende tarde o temprano a ponerle valor de cambio a los placeres, a los
gustos y a las personas. El conflicto capital-trabajo traducido a los deseos.
Si tienes vendes, si no, pagas por poseerlos. El repertorio incluye hasta las
fotos de familia, las poses para foto de los menores, los chistes, los mitos y
las leyendas generadas por la ideología de la clase dominante y su condición
ontológica esencial expresada en la “propiedad privada”. Cultura de poseer,
incluso personas.
No parece
haber objeto ni sujeto inalcanzable. Incluso para vender un “lava-ropa”, una
licuadora o un televisor… la axiología del mercado erotiza su semántica con las
mieles de la “posesión” que no es sólo de objetos porque los objetos mismos han
sido impregnados de genitalidad a fuerza de asociarlos con el placer de
acumular. Y el que “tiene”, sea lo que fuese, quiere más y más tendrá mientras
alguien no “tenga” aquello que anhela o ansía, por definición de clase o por
castigo moral del sistema económico y del sistema de valores. “Dinero mata
carita”. Dicen.
Aquel que
tiene (ella o él) lo que el otro desea, cuando se decide a ejercer su poder de
oferta y demanda, articula condiciones o requisitos que suelen imponerse a más
de un “competidor” para hacer que triunfe el “mejor postor”. A veces ocurre
entre “romances tórridos” que no por pasionales pierden de vista la base
rentable del escarceo. Muchos calculan el momento de sacar su parte y algunos aguardan,
como las hienas, en momento de su “recompensa” basada en lo que queda del
festín. Pero en todos los casos, el remanente cultural del intercambio
mercantil entre poseedores y desposeídos, termina siendo institución de la que
aprenden los que van detrás de la experiencia. Y van practicando a su modo
según “la vida” los premie o castigue, teniendo o careciendo, todo o en parte
ese “objeto oscuro del deseo”. Castigan con el “látigo de la indiferencia”. Se
hacen rogar.
En
cualquiera de sus etapas fácticas (en el tálamo o en el altar) el pedir o el
dar, sometidos a la lógica del mercado, también expresa al abanico entero de
los valores éticos y estéticos de la sociedad capitalista. No hay sexualidad
des-ideologizada ni inmaculada en el interregno capitalista. Se anhela o se
exhibe la impronta material de lo que se tiene impregnada con la ética y la
estética de la sociedad que las incuba. Trátese de fragmentos corporales, de su
relación armónica entre sí o de lo que el otro cree ver y anhela tener; trátese
de gustos de ocasión, de moda o de coyuntura; trátese de hallazgos o de
verdaderas excepciones… los cuerpos y los genitales juagan un papel decisivo,
“para bien o para mal”, en el resumen histórico de la felicidad humana. Y lo
que eso pueda significar en los plazos que dura.
Y por
cierto la felicidad y de libertad que la humanidad aun no conoce es su estadio
pre-histórico actual será factible, permanente y duraderas si pudiésemos
emanciparnos del plasma ideológico que somete nuestros gustos a la condena de
los “desposeídos”; si des-colonizaramos nuestras aprensiones y nuestras
“debilidades” carnales. Si, de una vez por todas, pudiésemos dejar de ser
mendigos o tiranos del placer o de los “atributos” físicos como lo ordena el
mercantilismo rampante. Si algunos placeres o los gustos dejasen de ser una
maldición alienante y pudiésemos vivirlos sin correr peligros de mercado.
Si lográsemos liberarnos del yugo mercantil en las relaciones humanas, no
solamente en el campo de la sexualidad sino en todos los campos, seríamos
capaces de modificar, radicalmente, dialécticamente el peso de la estética
sobre la ética y lograríamos, al fin, que la ética fuese la estética del
futuro. Ojalá de inmediato.
Fernando
Buen Abad Domínguez
Rebelión/Instituto
de Cultura y Comunicación UNLa
Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/185052