Por: Roberto
Savio*
Una maldición china dice “Ojalá que le toquen
tiempos interesantes”, ya que demasiados acontecimientos perturbarían el
elemento esencial de la armonía, base del panteón chino.
Y
estos son, por cierto, tiempos interesantes, en que se acumulan acontecimientos
dramáticos, desde terrorismo a golpes de Estado y desde desastres climáticos
pasando por el declive de instituciones hasta agitación social. Sería
importante, aunque difícil, repasar brevemente cómo llegamos a esta situación
de “falta de armonía”.
Comencemos
por algo conocido. Tras la Segunda Guerra Mundial, hubo consenso en la
necesidad de evitar que se repitiera el horror vivido entre 1939 y 1945. La
Organización de las Naciones Unidas (ONU) fue el foro que reunió a casi todos
los países, y la consiguiente Guerra Fría propició la creación de una
asociación de jóvenes estados recién independizados, los Países No Alineados,
devenidos en una zona de contención entre Oriente y Occidente.
La
brecha entre el Norte y el Sur Global se convirtió en el asunto más importante
de las relaciones internacionales. Tan así que en 1973, la Asamblea General de
la ONU adoptó de forma unánime una resolución sobre el Nuevo Orden Económico
Internacional (NOEI). El mundo acordó un plan de acción para reducir las
desigualdades, impulsar el crecimiento global y hacer de la cooperación y el
derecho internacional la base de un mundo en armonía y en paz.
Tras
la adopción del NOEI, la comunidad internacional comenzó a trabajar en ese
sentido y tras la reunión preparatoria de París, en 1979, se organizó una
cumbre con los jefes de Estado y de gobierno más influyentes en el balneario
mexicano de Cancún, en 1981, para adoptar un plan de acción global.
Entre
los 22 jefes de Estado y de gobierno presentes, estaban el presidente
estadounidense Ronald Reagan (1981-1989), elegido pocas semanas antes, quien se
encontró con la primera ministra británica Margaret Thatcher (1979-1990), y
ambos mandatarios procedieron a anular el NOEI y la idea de cooperación
internacional. Los países diseñarían políticas según sus intereses nacionales y
no se inclinarían ante ningún principio abstracto.
La
ONU comenzó su declive como ámbito para fomentar la gobernanza. El lugar para
la toma de decisiones pasó al Grupo de los Siete (G7) países más poderosos,
hasta entonces un órgano técnico, y otras organizaciones dedicadas a defender
los intereses nacionales de las naciones más fuertes.
Además,
otros tres acontecimientos ayudaron a Reagan y a Thatcher a cambiar el rumbo de
la historia.
El
primero, fue la creación del Consenso de Washington, en 1989, por el
Departamento del Tesoro de Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional
(FMI) y el Banco Mundial, que impusieron la política según la cual el mercado
era el único motor de las sociedades y los estados pasaron a ser un obstáculo y
debían achicarse lo más posible. Reagan incluso evaluó la eliminación del
Ministerio de Educación.
El
impacto del Consenso de Washington en el llamado Tercer Mundo fue muy doloroso.
Los ajustes estructurales redujeron drásticamente el frágil sistema público.
El
segundo, fue la caída del Muro de Berlín, también en 1989, que trajo aparejado
el fin de las ideologías y la obligada adopción de la globalización neoliberal,
que resultó ser una ideología todavía mucho más estricta.
La
globalización neoliberal se caracterizó por el predominio del mercado, que liberó
a las empresas “libres” o privadas de toda obligación con el Estado; la
reducción del gasto público en servicios sociales, la que destruyó las redes de
protección social; la desregulación, la disminución de toda regulación estatal
que pudiera reducir las ganancias, y la privatización, la venta de las empresas
estatales, de bienes y servicios a inversores privados.
Además,
implicó la eliminación del concepto de “bien público” o “comunitario” y lo
reemplazó por la “responsabilidad individual”, obligando a las personas más
pobres a buscar soluciones por su cuenta para su falta de atención médica, de
sistemas de educación y de seguridad social y luego culpándolas de su fracaso,
considerándolas “flojas”.
El
tercero, fue la eliminación progresiva de las normas que regían al sector
financiero, iniciada por Reagan y terminada por Bill Clinton (1993-2001) en
1999, en el marco de la cual los bancos de depósitos pudieron utilizar el
dinero de sus clientes para la especulación.
Entonces,
las finanzas, consideradas el lubricante de la economía, siguieron su propio
camino, embarcándose en operaciones muy riesgosas y sin relación con la
economía real. Actualmente, por cada dólar de bienes y servicios producidos, se
generan 40 dólares en transacciones financieras.
Ya
nadie defiende el Consenso de Washington ni la globalización neoliberal. Quedó
claro que si bien desde el punto de vista macro, la globalización aumentó el
comercio e impulsó el crecimiento financiero y global, a escala micro, resultó
un desastre.
Los
defensores de la globalización neoliberal sostenían que el crecimiento le
llegaría a todo el mundo. En cambio, se concentró cada vez más en un número
creciente de manos. En 2010, 388 personas concentraban la riqueza de 3.600
millones de personas. En 2014, ese número se redujo a 80 personas, y en 2015, a
62.
Tan
así que ahora, el FMI y el Banco Mundial piden que se refuerce al Estado como
regulador indispensable. Pero desde la caída del Muro de Berlín, Europa perdió
18 millones de personas de la clase media, y Estados Unidos, 24 millones.
Además, ahora hay 1.830 multimillonarios con un capital neto de 6,4 billones de
dólares. En Gran Bretaña se pronostica que en 2025 la desigualdad será la misma
que en 1850, en plena época victoriana y cuando nacía el capitalismo.
El
nuevo mundo creado por Reagan se basó en la codicia. Algunos historiados
sostienen que la codicia y el miedo son los dos motores de la historia, y los
valores y las prioridades cambian en una sociedad codiciosa.
Volviendo
a nuestros días, tenemos un nuevo grupo de jinetes del Apocalipsis, los daños
de los pasados 20 años (1981-2001) se agravan en los siguientes 20 años
(2001-2020), los que todavía no transcurrieron.
El
primer jinete, fue el colapso del sistema bancario en 2008 en Estados Unidos
por especulaciones absurdas con los créditos hipotecarios. La crisis se
expandió a Europa en 2009, a raíz de la caída del valor de los títulos
inmobiliarios, como los griegos. Recordemos que para salvar al sistema financiero,
los países destinaron cerca de cuatro billones de dólares, una cifra enorme si
se tiene en cuenta que los bancos siguen teniendo unos 800.000 millones de
dólares en activos tóxicos.
Mientras,
los bancos tuvieron que pagar 220.000 millones de dólares en multas por
actividades ilegales, pero ningún gerente fue condenado. Europa no volvió a la
situación anterior a la crisis. Además, numerosos puestos de trabajo
desaparecieron por la deslocalización de la producción a lugares más baratos y
aumentaron los empleos de bajos salarios, además de los precarios.
Según
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), un
trabajador gana actualmente en términos reales 16 por ciento menos que antes de
la crisis, lo que afectó principalmente a los sectores más jóvenes, con 10,5
por ciento de empleo promedio en Europa. Sin embargo, el único estímulo al
crecimiento es para el sector bancario, al que el Banco Central Europeo vuelca
80.000 millones de dólares al mes. Ese monto habría resuelto fácilmente la
falta de empleo juvenil.
Los
economistas hablan ahora de una “Nueva Economía”, en la que el desempleo es
estructural. De 1959 a 1973, el crecimiento mundial se ubicó por encima de
cinco por ciento al año, el que se redujo a tres por ciento en 1973, cuando la
crisis del petróleo, que marcó un cambio. Y desde 2007 no logramos llegar a uno
por ciento.
Además,
hay que agregar el desempleo creciente propiciado por el desarrollo
tecnológico. Las fábricas necesitan una proporción menor de trabajadores. La
Cuarta Revolución Industrial, que implica la producción robotizada y que ahora
representa 12 por ciento del total se elevará a 40 por ciento en 2025.
Algunos
economistas, como el estadounidense Larry Summers, una voz oficial del sistema,
dicen que estamos en un período de estancamiento que durará varios años. El
temor por el futuro se volvió una realidad, avivado por el terrorismo y el
desempleo y por el sueño de muchas personas que creen que es posible volver a
un pasado mejor.
De
eso se aprovechan, figuras populistas, desde el estadounidense Donald Trump a
la francesa Marine Le Pen. Una de las consecuencias de la crisis es que en
varios países europeos aparecieron partidos populistas, con plataformas
nacionalistas y xenófobas, 47 la última vez que se contó. Muchos de ellos ya
están en el gobierno o integran coaliciones gobernantes, como en Eslovaquia,
Hungría y Polonia, y habrá que prestar atención a las próximas elecciones de
Austria.
El
segundo jinete del Apocalipsis es el resultado de las intervenciones armadas de
Estados Unidos en Iraq, y luego de Europa en Libia y Siria, con un papel
particular del ex presidente francés Nicolas Sarkozy (2007-2012).
Eso
derivo en que a partir de 2012, Europa comenzara a recibir una inmigración
masiva y para la cual no estaba preparada. De repente, a la gente le dio miedo
la ola humana que se venía y su impacto en el mercado laboral, la cultura, la
región, etcétera, convirtiéndose en un elemento importante del miedo.
Y
luego el tercer jinete, fue la creación del Estado Islámico (EI) en Siria en
2013, uno de los regalos de la invasión de Iraq, encabezada por Estados Unidos.
No nos olvidemos de la crisis global, que comenzó en 2008, y desde entonces el
populismo y el nacionalismo comenzaron a crecer.
El
espectacular impacto del EI en los medios y la radicalización de muchos jóvenes
europeos de origen árabe, por lo general marginados, acentuó el temor y fue un
regalo para el populismo, ahora capaz de utilizar la xenofobia para movilizar a
ciudadanas y ciudadanos inseguros y descontentos.
La
decadencia de las instituciones europeas llevó a muchos países, tras el brexit,
a pedir una profunda revisión del proyecto europeo. El 2 de octubre, Hungría
consultará a su ciudadanía: ¿Aceptaría una cuota de inmigrantes impuesta por la
Unión Europea (UE) contra la voluntad de parlamento húngaro?
Ese
mismo día se repiten las elecciones en Austria por cuestiones de forma, luego
de que en las anteriores, la extrema derecha perdiera por 36.000 votos. Le
seguirán Holanda, Francia y Alemania, con la probabilidad de que crezcan los
partidos de extrema derecha. Asimismo, Polonia y Eslovaquia también quieren
realizar referendos sobre la UE. Es posible que para fines de 2017, las
instituciones europeas estén profundamente dañadas.
El
verdadero problema es que desde la fallida Cumbre de Cancún en 1981, los países
perdieron la capacidad de pensar juntos. India, Japón, China y muchos otros
atraviesan una ola de nacionalismo.
En
Cancún, todos los participantes, desde el entonces presidente francés François
Mitterrand (1981-1995) hasta la primera ministra india Indira Ghandi (1066-1977
y 1980-1984), desde el presidente tanzano Julius Kambarage Nyerere (1964-1985)
hasta el primer ministro canadiense Pierre Trudeau (1968-1979), compartían
ciertos valores de justicia social, solidaridad, respeto por el derecho
internacional, así como la convicción de que las sociedades fuertes eran la
base de la democracia, excepto, por supuesto, Reagan y Thatcher, la que declaró:
“no existe la sociedad, solo hay individuos”.
También
consideraban a la paz y al desarrollo como paradigmas de buena gobernanza. Todo
eso desapareció. Los líderes políticos actuales, sin ideologías y subordinados
a las finanzas se han volcado principalmente al debate administrativo, sobre
asuntos puntuales, sin contexto y donde es difícil distinguir entre la
izquierda y la derecha. Claramente, estamos en un período de codicia y temor.
El
tiempo no ayuda.
En
1900, Europa concentraba 24 por ciento de la población mundial. A fines de este
siglo, solo cuatro por ciento. Nigeria tendrá más habitantes que Estados
Unidos, y África, que ahora tiene 1.000 millones de habitantes, tendrá 2.000
millones en 2050 y 3.000 millones en 2100. Sería hora de que se discutiera cómo
hacer frente al mundo que se viene. Se necesitaron 25 años para llegar a un
acuerdo sobre cambio climático, y quizá ya demasiado tarde. En materia de
migraciones y empleo, ese tiempo es una eternidad.
Además,
ese debe ser un acuerdo global, no solo una reacción impulsiva de la canciller
de Alemania, Ángela Merkel, en completa soledad, sin siquiera consultar al
actual presidente de Francia, François Hollande. Pero ese tipo de agenda es
políticamente inimaginable. ¿Cómo discutir algo así con Le Pen, Trump y otros
populistas emergentes en el marco del nacionalismo que se propaga por el mundo?
Roberto Savio es periodista italo-argentino. Co-fundador y ex Director General
de Inter Press Service (IPS). En los últimos años también fundó Other News, un
servicio que proporciona “información que los mercados eliminan”. Other News .