José María Castillo
Teólogo
Fuente: Adital
9
abril, 2013.
En todo el mundo han sido noticia las nuevas
costumbres que el papa Francisco ha introducido en la imagen pública que el
sucesor de Pedro ofrece ante el mundo. Nadie duda ya que el papa se parece cada
día más a un hombre normal, sin los zapatos rojos de Prada y cada vez con menos
indumentarias de ésas, tan llamativas como trasnochadas. Por supuesto, esto es
de elogiar, Y expresa que este papa tiene una personalidad fuerte, original,
ejemplar. Un papa es importante, no por su imagen pública, sino por su
ejemplaridad. Es evidente que el papa Francisco tiene esto muy claro. Por eso
lo admiramos, lo aplaudimos, lo sentimos más cerca. Y esperamos mucho de él.
Por supuesto, yo no soy quién para decirle al papa
lo que tiene que hacer. ¿Quién soy yo para eso? De todas maneras, y con toda la
modestia y humildad que me es posible, me atrevo a sugerir que solamente con
simplificar la vestimenta y modificar algunas costumbres, se puede pensar que
la Iglesia no se arregla. Será noticia, eso sí. Sobre todo entre personas y
grupos más tradicionales. Algunos ya han puesto el grito en el cielo porque, el
pasado jueves santo, el papa Francisco se atrevió a lavar los pies de dos
mujeres. Da pena pensar que haya gente que, por semejante cosa, se alarmen
tanto. ¿No sería más razonable pensar a fondo dónde está la raíz de los
verdaderos problemas que sufre la Iglesia? Y, sobre todo, los problemas que
sufre tanta gente desamparada, marginada y sin esperanzas de futuro?
Pues bien, planteada así la cuestión, lo que yo me
atrevo a sugerir es que la raíz de los problemas, que arrastra la Iglesia, no
está en la imagen pública que ofrece el papa. La raíz está en la teología que
enseña la Iglesia. Porque la teología es el conjunto de saberes que nos dicen
lo que tenemos que pensar y creer sobre Dios, sobre Jesucristo, sobre el pecado
y la salvación, etc, etc. Ahora bien, como sabe cualquier persona medianamente
cultivada, la teología sigue siendo un conjunto de saberes que se han quedado
demasiado trasnochados. Porque son ideas y convicciones que se elaboraron y se
estructuraron hace más de ochocientos años. Y, como es lógico, en una cultura
como la actual, cuando la mentalidad de la casi totalidad de la gente tiene
otros problemas y busca otras soluciones, ¿nos vamos a extrañar de que las
enseñanzas del clero interesan poco y cada día a menos personas? Yo estoy de
acuerdo en que Dios es siempre el mismo. Y no se trata de que la gente de cada
tiempo se invente el "dios” que le conviene a la gente de ese tiempo. Nada de
eso. Se trata precisamente de todo lo contrario. Se trata de que nos
preguntemos en serio si lo que enseñamos, con nuestras teologías y nuestros
catecismos, es lo que Dios nos ha dicho. O más bien lo que enseñamos es lo que
se les ha ido ocurriendo a una larga serie de teólogos, más o menos originales,
que, en tiempos pasados, dijeron cosas que hoy ya sirven para poco.
Termino poniendo un ejemplo, que ilustra lo que
intento explicar. En el "Credo” (nuestra confesión oficial de la fe), empezamos
diciendo: "Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso”. Eso es lo que enseñó
el primer Concilio ecuménico, el de Nicea (año 325). De otros calificativos,
que se le podían haber puesto al Dios de nuestra fe, se escogió el de
"todopoderoso”. Es decir, si optó por el "poder”, no por la bondad o el amor,
que es como el Nuevo Testamento define a Dios (1 Jn 4, 8. 16). Pero no es esto
lo que ocasiona más dificultades. El problema principal está en que, si se lee
el texto original del concilio, el griego, lo que allí se dice es que los
cristianos creemos en el "Pantokrátor”, que era el título que se atribuyeron a sí
mismos los emperadores romanos de la dinastía de los "antoninos” (del 96 al
192), que dominaron la edad de oro del Imperio, y se igualaron a los dioses.
Ahora bien, el "Pantokrátor” era el amo del universo, el dominador absoluto del
cosmos. Una manera de hablar de Dios que poco (o nada) tiene que ver con el
Padre que nos presentó Jesús. Y conste que este ejemplo, siendo importante, es
relativamente secundario. Sin duda alguna, la teología necesita una puesta al
día, que implica problemas mucho más graves que los zapatos del papa. Vamos a
intensificar nuestra fe y nuestra esperanza en que el papa Francisco va a dar
pasos decisivos en este sentido. En ello, los creyentes nos jugamos más de lo
que seguramente imaginamos.