De: Atilio Borón, Adital
Si en Grecia la democracia sufrió un duro revés, otro tanto parece que está a punto de ocurrir en Brasil. Incapaz de prevalecer en las urnas, la derecha griega y sus mandantes en Bruselas reprobaron en el Parlamento lo que había sido aprobado por el pueblo en el referendo convocado por Syriza.
En Brasil, la derecha vernácula y sus compinches en el imperio lograron que el voto popular en contra del programa de la derecha radical encabezada por Aécio Neves fuese neutralizado por un golpe de mercado a resultas del cual el equipo económico de quien fuera derrotado en el balotaje fue instalado en Brasilia para perpetrar un ajuste salvaje.
Pero esa derecha brasileña, en línea con la ofensiva destituyente lanzada por Washington, no quiere esperar hasta el próximo turno electoral, en octubre del 2018. Haciendo gala de su profundo desprecio por las normas democráticas y confirmando la sabiduría del dictum de Maquiavelo cuando dijo que no hay oposición leal, ahora pretende derrocar a Dilma Rousseff apelando a las tácticas del "golpe blando”: sabotaje del muy corrupto Congreso con "leyes bomba”; persecución del Poder Judicial, súbitamente preocupado por la corrupción del sector público y propenso a convalidar una salida "a la paraguaya” o "a la hondureña” de la presidenta; desenfrenado terrorismo mediático liderado por O Globo bajo el pretexto del combate a la corrupción, y convocatoria a marchas y cacerolazos para expresar el repudio de la "sociedad civil” en contra del gobierno del PT.
Como ya lo dijéramos, éste tiene una enorme responsabilidad en el estallido de la crisis actual porque desde inicios de su gestión gubernativa, en 2003, desmovilizó a su militancia, desorganizó su base social, adoptó un enfoque posibilista y tecnocrático que terminó debilitándolo frente a sus cada vez más enconados enemigos, lo que terminó por dejar a Dilma indefensa frente a los lobos de la derecha.
Pero, más allá de esta crítica, lo que quisiéramos señalar es otra semejanza con lo ocurrido en Grecia: propinar un castigo ejemplar, un escarmiento inolvidable, al povao brasileño que tuvo la osadía, como los griegos, de decir que no al ajuste ultraneoliberal. Lo impusieron después, por vías antidemocráticas, pero sin el consentimiento popular. Ahora debe sufrir en carne propia el costo de su insumisión.
Cierta izquierda puede caer en veleidades pseudointelectuales y dudar de la inmanencia de la lucha de clases en el capitalismo, pero la derecha jamás incurre en semejante despropósito. No conformes con el ajuste ya implementado por Dilma con el equipo de Aécio, van por más. Aprovechan la debilidad del gobierno para apoderarse de lo que queda de las empresas públicas, sobre todo Petrobras, perpetuar la dictadura del capital financiero (que embolsa el 51 por ciento del presupuesto federal del año 2015, un disparate en todo sentido), desandar los logros en materia de política social y, sobre todo, demostrar que en Brasil no puede haber gobiernos de izquierda, aunque sea de una izquierda inmoderadamente moderada como ha sido el caso del PT, para su propia perdición.
Lo que detiene por ahora la escalada golpista es el peligro de una desestabilización completa del sistema político que desemboque en una situación de ingobernabilidad, inédita en la historia de un país que, no por casualidad, sus clases dominantes fueron las últimas en la faz de la tierra en eliminar la esclavitud.
Ayer Grecia, hoy Brasil, ¿quién será el próximo?